martes, 14 de julio de 2015

La Última Conspiración de María Estuardo


          El 15 de octubre de 1586, la reina de Escocia María Estuardo entraba en la sala de Justicia del castillo de Fotheringay a la espera de sentencia, su delito: traición. Se le acusaba de conspirar contra la reina Isabel I de Inglaterra para asesinarla y así hacerse con el trono de la corona inglesa. El resto de colaboradores ya habían sido detenidos por Sir Francis Walsingham, secretario de la reina Isabel, y habían sido ejecutados tras confesar. Ahora restaba únicamente demostrar que la reina María también era culpable de traición y por tanto igualmente debía ser ejecutada.


María Estuardo

Pero no era esta una labor sencilla, pues Walsingham debía convencer plenamente a la reina Isabel quien, a pesar de la profunda enemistad y odio que se profesaban mutuamente, sabía que se cuestionaría su autoridad como reina y la del tribunal inglés para ejecutar a un líder extranjero, sin mencionar que además eran primas, lo que en parte hacia aflorar ciertas reservas en la poco impresionable reina inglesa, señora que tuvo sus más y sus menos con media Europa, con enfrentamientos por doquier, y el inmenso honor de recibir en sus costas a una de las flotas más extraordinarias que jamás se hayan visto.

Isabel I

La base de la conspiración era sencilla: eliminar a una reina protestante, Isabel, y sustituirla por una reina católica, María. Así, una serie de nobles católicos ingleses urdieron la trama, que finalmente sería abortada por Walsingham, quien aparte de secretario principal de la reina Isabel, también era el jefe del espionaje de Inglaterra. Este interceptó las cartas que María había enviado a los conspiradores, teniendo así la base y prueba de las acusaciones, pero había un problema muy importante: las cartas estaban cifradas. Walsingham no lo dudó y encargó el trabajo de descifrar las cartas a Thomas Phelippes, el mayor experto de la nación, y que si lograba tener éxito en su misión proporcionaría la clave para incriminar a la reina y sellar así su destino con la muerte. La vida de una reina dependía de la habilidad de un hombre…

Años atrás, tras un intento de recuperar el trono perdido en Escocia, María huyó hacia Inglaterra confiando en que su prima Isabel la acogería y protegería, craso error, Isabel consideraba a su prima como uno de los mayores peligros para su reino, y como tal, la encarceló. Hay que tener en cuenta que para los católicos ingleses María Estuardo era la verdadera reina de Inglaterra por derecho a través de su abuela Margarita Tudor, hermana de Enrique VIII, y esto ponía en alerta a Isabel.

William Cecil
Sí, un peligro, un bello peligro cuya inteligencia y exquisita educación levantaba pasiones y admiración entre los propios ingleses. El mismo William Cecil, ministro de Isabel I llegó a decir: “tenía una manera ingeniosa y dulce de entretener a todos los hombres, una gracia seductora, un bonito acento escocés y un ingenio penetrante, dulcificado por la amabilidad”. El largo cautiverio de años fue, sin duda, menguando su gracia y su esperanza.

En 1586, su espíritu y su voluntad parecían apagarse, su propio hijo Jacobo VI, rey de Escocia, hacia caso omiso de las cartas que su madre le enviaba, odio era su única respuesta, todo parecía ya perdido. Es entonces cuando recibe una serie de cartas escritas por sus partidarios en toda Europa, y que uno de los mismos en Inglaterra consigue hacerle llegar de manera clandestina, Gilbert Gifford, quien se encargaría tanto de hacerle llegar dichas cartas, como de enviar las respuestas, se iniciaba la conspiración, había una razón para mantener la vida y la esperanza.

Jacobo VI

El proceso era bastante ingenioso, Gifford le entregaba los mensajes a un cervecero local, quien a su vez los introducía en una bolsa de cuero que se ocultaba en un hueco del tapón de un barril de cerveza, luego el barril se transportaba a Chartley Hall, donde se confinaba a María, y una vez allí uno de los sirvientes abría el barril, sacaba la bolsa escondida y llevaba el mensaje a la reina. Mientras, al mismo tiempo que los mensajes se sucedían, en las tabernas de Londres, un grupo de sus partidarios, liderados por Anthony Babington, planeaban su rescate, era lo que se denominó como la “conspiración Babington”. Sin embargo tenían que comunicarse con la reina, y no sabían cómo hacerlo, y en estas apareció Gifford en el mismo bar donde se reunían, explicándole a Babington como hacía llegar los mensajes a la reina. Se redactó entonces una carta en la que se explicaba el plan perfectamente, y se le informaba también de la excomunión de la reina Isabel dictada por el papa Pío V en 1570, lo que según Babington legitimaba su asesinato. Además, por mayor seguridad Babington encriptó el mensaje.

Mensaje encriptado por Babington

Todo parecía marchar sobre ruedas, pero había un detalle con el que ninguna de las dos partes contaba, ni reina, ni conspiradores: Gilbert Gifford era un agente doble, un infiltrado que trabajaba a las órdenes de Walsingham.

Sir Francis Walsingham

Todos los mensajes pasaban primero por manos de Walsingham, quien contaba con un equipo de falsificadores para una vez leído el correo recomponer el sobre y dejar que este llegara a su destino original. Además, consciente de la importancia de la criptografía, Walsingham ya había creado hace algún tiempo una escuela de cifras en Londres, y contaba como secretario con Phelippes, el mejor de todos. Cuando Phelippes descifró el mensaje con el plan de asesinato, enseguida lo trasladó a Walsingham. Al poco, en respuesta a ese mensaje, María envió una nueva misiva a Babington dando la aprobación a su rescate y al asesinato de Isabel I… acaba de firmar su propia sentencia de muerte. Walsingham había vencido, todos los conspiradores fueron capturados teniendo un final terrible.

Tras dos días de juicio y diez de deliberación, el Tribunal de Inquisición reunido en Westminster declaró a la reina María culpable de “urdir e imaginar la muerte y destrucción de la reina de Inglaterra” y recomendaron la pena de muerte. Sentencia que fue firmada por Isabel I. Así, el 8 de febrero de 1587, en la gran sala del castillo de Fotherengay, María Estuardo, reina de Escocia, fue decapitada. 

Recreación de la ejecución de María Estuardo
Antes de morir María dijo en voz alta “En mi fin está mi principio”, recordando un antiguo lema familiar y se acercó solemnemente al patíbulo, donde los verdugos suplicaron su perdón, a lo que ella contestó: “Os perdono de todo corazón, porque ahora confío en que pondréis fin a todos mis pesares”.



Bibliografía y Recursos Web:
Singh, S.: The code book. Barcelona, Debate, 2000.
J. Elliot, La Europa dividida (1559/1598), Barcelona, crítica, 2002.
L. Ribot García (Coord.), Historia del mundo moderno, Madrid, Actas, 2006.
Smith, A.G.: The Babington Plot, Londres, McMillan, 1936.
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